de nuestros
cuerpos al placer fue tímido y
borrascoso. Nada claro
nos habían dicho entonces
sobre el sexo. Andábamos a
tientas. Por eso, que nadie se
extrañe ahora cuando digo que fueron
muchos los que,
víctimas del tiempo, probaron su
ansiedad tomando como
posada la bondad
seducida de una burra
o cabra. En fila de a
uno iban dejando
su limosna sobre la
bandeja enardecida los tales
amantes sin prejuicios.
Eran tiempos
oscuros,
donde las
ocasiones de amar eran escasas y los
negociantes de amores avispados y
efímeros.
Antonio Jesús Soler Cano, Para cruzar el laberinto