Madres
de turbia risotada precipitándose
por un abismo de muelas inexistentes
rodean mi lectura poética-axilar.
Niños del tamaño de la obscenidad de Charles
corretean alrededor del planeta literatura.
La tarde envejece en un parque infantil.
Torpe humedezco un dedo
en la descompuesta saliva
de la charla automática,
del ósculo que depositan
los abuelos sobre mejillas en fuga,
para pasar hoja a otro otoño triturador de hígados,
promotor de románticas veladas
con recetas de ancianas
que tan solo acertaron a depositar su amor
en la cocina.
Tarde de sombras enjuagando dentaduras
en las fuentes públicas ante rostros perplejos
que dejan entrever mellas de leche.
La tarde,
la misma tarde de cada día,
envejece en un parque infantil,
envejece
hasta retorcerse moribunda
en un lecho acolchado.
Un breve, voluntario duelo,
relente
y las piernas se tornarán
instrumental de sepulturero
decidido a exhumar los restos
de mi acotada libertad.