El asomo
de nuestros
cuerpos al placerfue tímido y borrascoso.
Nada claro nos habían dicho
entonces sobre el sexo.
Andábamos a tientas.
Por eso,
que nadie se extrañe ahora
cuando digo
que fueron muchos
los que, víctimas del tiempo,
probaron su ansiedad
tomando como posada
la bondad seducida
de una burra o cabra.
En fila de a uno
iban dejando su limosna
sobre la bandeja enardecida
los tales amantes sin prejuicios.
Eran tiempos
oscuros,
donde las
ocasiones de amareran escasas
y los negociantes de amores
avispados y efímeros.
Antonio Jesús Soler Cano, Para cruzar el laberinto
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