Nuestro amor era un perro que dejábamos
atado a las puertas de los bares.
Un perro que no ladraba, ni lloraba,
ni se tumbaba a esperarnos.
Era un perro que sólo se lamía
las heridas de sus patas
y atravesaba con un hueso nuestro camino
hacia la tarde cuando borrachos
olvidábamos desatarlo y crujía su aullido
en las hojas secas del parque
donde una vez insistí en contemplar
tu meada caliente de cerveza rubia.
Nuestro amor era un perro que dejábamos
atado a las puertas de los bares,
un perro cojo con la extraña cualidad de comer
de su propia mano
sin necesidad de esperar las esquivas garras
de sus amos domesticados.
Me ha llegado ¿eh? como casi siempre. "Nuestro amor era un perro que dejábamos atado a las puertas de los bares". Sublime.
ResponderEliminarDe la ternura de la desolación.
ResponderEliminarOtro gran, grande, grandísimo poema.
JL
Tengo muy poquita voz, pero...muy desagradable. Aun así, creo que lo intentaría. Qué bueno es. Incluso en estos días revueltos y deprimentes, ha conseguido pararme en seco y dejarme maravillada. No sabes cómo te lo agradezco.
ResponderEliminarUn abrazo grande, grande, Germán.
La Lectora.
Gracias, amigos. Sois muy generosos.
ResponderEliminarSí, soy yo, que este perro no conoce a su dueño.
ResponderEliminarGermán