Entre tanta metafísica barata,
observo por mi ventana cómo alguien
envuelto en una inefable bata
de andar por casa
le corta de forma irremisible
la barba a mi vecino,
y no miento si digo que me apetece
meter estos calcetines sucios y rotos
en la lavadora
y poner la mía a remojo
con una o dos cervezas
mientras me hurgo con virulencia
digital
en la herida.
Que mañana será otro día
con derecho de admisión,
pero sin un bendito libro de reclamaciones,
en esta vida-letrina,
donde poder cagarme en dios.