De repente, mientras decía esto, comprendí que el mundo estaba dirigido por idiotas que habían sabido disimularlo, al igual que yo. De hecho, quienes triunfaban en la vida como directores de personal o subsecretarios habían sido previamente, por lo general, hijos ejemplares y estudiantes sin tacha. ¿Por qué tanta perfección si no se tenía nada que ocultar? Tuve, de golpe, la visión de un mundo en el que los oligofrénicos, imitándose unos a otros de generación en generación, lograban engañar con sus maneras aprendidas a la población normal, que fue depositando en ellos las labores de gobierno.
Juan José Millás, Tonto, muerto, bastardo e invisible