Las dos primeras fotos realizadas por Martyn Thompson
Aquí me hallo, un peón, como la mayoría, que vive en primera persona, y desde la vanguardia de la batalla, las dificultades de una profesión ingrata, como la del poeta, que da sin recibir apenas nada, salvo cruentos atropellos. Son malos tiempos para la lírica y para la enseñanza, acuciadas ambas por golpes bajos que malogran nuestra entrega y minan el entusiasmo. Pero hasta en lo más cruento de la lucha, cuando uno se pregunta si merece la pena continuar, levanta la vista y observa, desde un rincón del madrileño parque del Buen Retiro, en plena efervescencia librera, o en una sala de una biblioteca pública donde un poeta acostumbrado a cobrar poco por un desnudo integral de alma presenta al mundo su obra, que aún hay personas que aman la literatura, que se remueven ante la sublimidad de un verso, de una metáfora, de una aliteración (mi recurso favorito), y comprende que siempre hay un premio.
Cuando Germán me pidió que presentara su libro, Escritos de lápiz de labios, me sentí encantada y aterrada casi a partes iguales (hoy pesa más la segunda… Pero espero que se me pase…) En su momento, ya digo, intuía que lo iba a pasar mal, pero sin duda, estaba más encantada que otra cosa. Es normal, no todos los días tengo la oportunidad de leer en primicia y presentar un libro; pero es que además, el poeta, en este caso, es mi amigo, y ello supone otra vuelta de tuerca al concepto de orgullo… Y yo me siento orgullosa de contar entre mis amigos a Germán.
Así que Germán es mi amigo, y además, es un poeta, con todo lo que ello implica: El amigo (y su señora esposa, mi Ruthie querida) me alimenta literal, que no literariamente, con esas cenas maravillosas e ibéricas, en las que compartimos conversaciones menos castizas pero no por ello poco jugosas; y siempre al amor de un buen vino… De modo que sí, aquí mi amigo, a veces también maltrata un poco mi hígado… Se trata de un daño colateral… El poeta, en cambio, alimenta mi alma. Y es que la poesía es una necesidad del alma: el que la escribe ha de echarla afuera, mostrarla al mundo, compartirla para que el peso sea más liviano y, sobre todo, para que los hambrientos de poesía podamos sobrevivir…
Este libro, ¡que he leído, ojo! A pesar del mes de junio, de los recortes y de la vida; este libro, digo, ofrece las especialidades de la casa: A saber, cotidianidad, reflexión, humor, amor, ironía… Ironía… La guarnición perfecta para el bocado amargo de la realidad, que cada vez es más difícil de tragar y, sobre todo, de digerir; y que Germán, cual Arguiñano que disfraza de huevo frito con patatas la más alta cocina, maestro de lo cotidiano, nos muestra a través del amable tamiz de la ironía.
Y es que el poeta, sin ser de este mundo, lo habita; y el mundo, a su vez, ingrato casero, le pasa factura: hipoteca, euribor, político, destino en negro… Son conceptos nuevos que inundan estos Escritos de lápiz de labios, (¡Y qué remedio!) y que se abren camino entre epitafios en lápidas de cementerios confundidos, sangre roja como la tarde, lúbricos deseos… Baudelaire, Bukowski… Y en medio de todo, un tierno poema de arte menor (de edad), con o sin coletas, que comparte un sándwich con el poeta-papá o que sale a recibirlo a la vuelta de la primera página…
Así pues, desde su Limbo cercano de poeta neomaldito sin ganas de serlo, Germán nos descubre lo importante de la vida: Salud, para vivirla; dinero, para paliarla; amor, para compartirla… Y, por encima de todo, pasión, para afrontarla.
Ya casi vuelvo a estar más encantada que aterrada de estar aquí… Será que estoy pensando en el condumio de más tarde… Por eso, y por esto, mi estómago, y mi alma, te dan las gracias, Germán. Ojalá nunca nos falten un par de versos que llevarnos a la boca…
De modo que, continuando con el símil culinario, no me queda más que desearles buen provecho y mejor futuro.