Según los jóvenes críticos americanos, uno de los grandes descubrimientos de nuestra época es el valor del aburrimiento como tema artístico. Si esto es cierto, entonces Antonioni merece figurar entre los pioneros de esa tendencia, con el título de padre fundador.
Me he pasado una tarde en el diván con Peggy Hopkins Joyce. He enseñado a toda una plantilla de gangsters a jugar al pincha-pellizca. He jugado al cricket con Herbert Bayard Swope mientras él tenía al gobernador Al Smith esperándole al teléfono. Me he sentado en el suelo con Greta Garbo, he cabalgado con el príncipe de Gales. He jugado al ping-pong con George Gershwin. George Bernard Shaw me ha pedido consejo. Oscar Levant ha tocado conciertos privados para mí a un dólar la tirada. He tomado el sol en la Riviera con Somerset Maugham y Elsa Maxwell. Me han echado del casino de Montecarlo. Harpo Marx, ¡Harpo habla!
Ninguno de los amigos y admiradores de Picasso expresa un juicio favorable a la nueva orientación evidenciada por este cuadro (Las señoritas de Aviñón); Matisse la reprueba, considerándolo un verdadero ultraje; Apollinaire, el primero que vio la obra terminada, demuestra no haber comprendido a fondo a su amigo; sus marchantes antiguos y nuevos lo consideran como paso ambicioso y en el mejor de los casos un paso en falso, cuando no una "grave pérdida para el arte francés" (Schukin). De todos, el más convencido de lo dañino e inútil de la nueva trayectoria picassiana es Leo Stein, que estalla en una grosera carcajada al ver el cuadro, creyendo que el artista se ha vuelto loco.
De todos modos, los más
simplones, sin comparación, eran los negros. Los había buenos, que servían a los blancos y les ponían
refrescos y en las excursiones les llevaban los bultos y la escopeta; y los
había malos, que a la menor te ataban a un poste para que no te fueras sin ver
el baile completo. Pero, buenos o malos, de muy cortas luces. Cómo sería, que
en un continente entero de negros, el rey de la selva era un blanco. Que puedes
decir bueno, eso es normal; pero que antes había que ver al blanco: el Tarzán
es un tío que, en seis películas que le he visto, no ha aprendido a decir otra
cosa que Mi Tarzán, tú Yein, y para decirlo, tiene que señalar, vaya que se
confunda. Vive con una mujer de confesarse, y el hijo que tiene es adoptado…No
te digo más; hasta la mona es más lista. Y si ese es el rey, imagínate los
súbditos. Rara es la película en que no se despeñan seis o siete con el
equipaje.
Pero son entretenidas,
aunque me creo que la pelea con el cocodrilo, bajo el agua, es siempre la
misma.
De repente, mientras decía esto, comprendí que el mundo estaba dirigido por idiotas que habían sabido disimularlo, al igual que yo. De hecho, quienes triunfaban en la vida como directores de personal o subsecretarios habían sido previamente, por lo general, hijos ejemplares y estudiantes sin tacha. ¿Por qué tanta perfección si no se tenía nada que ocultar? Tuve, de golpe, la visión de un mundo en el que los oligofrénicos, imitándose unos a otros de generación en generación, lograban engañar con sus maneras aprendidas a la población normal, que fue depositando en ellos las labores de gobierno.
Juan José Millás, Tonto, muerto, bastardo e invisible
sobre la línea del horizonte, empedernida fumadora de pipas
de la paz que preceden a la batalla más
sangrienta, voluptuosa comerciante por las islas caníbales de
los mares del sur.
Mi amor,
experta buceadora a pulmón
hasta las oscuras
profundidades de mi alma, afiladora ambulante de
sonrisas, ambulatorio insomne a mis
penas urgentes.
Enviaba los poemas tal y como habían sido escritos en una primera sentada, sin cambios en los versos o en las palabras. Nunca los revisaba ni volvía a escribirlos a máquina dos veces. Para eliminar un error, sencillamente escribía encima de la línea de este modo: #########, y continuaba con el verso. Una revista llegó a publicar un grupo de poemas con todos los ######### intactos.
El caso es que ante ustedes tienen muchos de los poemas de aquellos tiempos locos y maravillosos, de aquellas horas lejanas. Mareados, jugábamos a las cartas en una habitación llena de humo y vapores varios. Espero que estos poemas les aprovechen. Y si no es así, bueno, pues #### ## ###.
Charles Bukowski, fragmento del prefacio de Madrigales de la pensión
Una de las grandes ventajas de pasar un rato corriendo en solitario –lo del running lo dejo para otra vida, para cuando participe en alguna maratón anglosajona- es la posibilidad que te brinda de regalarle a tus pensamientos –rebozados, además, en unas jugosas y nada desdeñables endorfinas- una dedicación plena durante ese período de tiempo. Y esta tarde, mis pensamientos y yo habíamos decidido por unanimidad dedicársela al controvertido tema de los escraches. De esta forma, a medida que mis piernas avanzaban, he empezado a verlo claro, preguntándome si no nos estaremos equivocando al ejercer esta férrea presión a nuestros gobernantes. Si lejos de encontrar su empatía, o tratar de amedrentarlos para que legislen de una manera más solidaria con el conjunto de la ciudadanía, lo que estuviéramos consiguiendo fuera el efecto contrario; es decir, que elaborasen sus leyes enrabietados y con unos mayores deseos de imponer sus criterios por testículos. Si esto fuera así, y tengo mis más serias sospechas, creo que deberíamos darnos por vencidos e intentar reconocer y asumir, de una vez por todas, que ellos manejan el poder, el único poder posible, y lo que nos corresponde a nosotros es propiciar un acercamiento sin agresividades ni exigencias. Necesitamos potenciar la mansedumbre para que vuelvan a confiar en nosotros, para que se den cuenta de que no somos un enemigo a doblegar y, por lo tanto, no vamos a poner en peligro sus privilegios; lejos de eso, estamos dispuestos a situarnos a su servicio. Por lo menos, de esta manera, nunca nos faltaría un pedazo de pan, una dádiva generosa y alguna que otra caricia confortadora. Conforme avanzaba esquivando las hordas domingueras, se presentaba ante mí cada vez más nítido: nuestro modelo tendría que ser esa magna obra de Miguel Delibes, titulada Los Santos Inocentes, con Paco y Régula, el matrimonio protagonista oriundo de mi querida Extremadura, entregado a sus señores, consciente de cuáles son sus obligaciones para con los que mandan, e intentando hacerles felices porque así es como una porción, aunque sea diminuta, de esa felicidad, tarde o temprano, les repercutirá a ellos mismos. Sería, si no total, al menos una solución paliativa a nuestros problemas. Por la misma razón, deberíamos revisar la no menos extraordinaria versión cinematográfica que realizó en su día Mario Camus. Empaparnos, una y otra vez, de esas vidas ejemplares que nos pondrán en el camino por el que avanzar con zancada firme. Aunque, eso sí, sin olvidarnos de utilizar para ello, como necesarios reproductores de dvdes, sus holgados esfínteres, por donde meterles la película con carcasa y todo.Uy, lo siento, ya se me debe de estar pasando el efecto de las jodidas endorfinas.
Después
de tantos años continúas
persiguiendo la belleza. Pasas
horas y horas en manos de alguien que
no la alcanzará jamás. Pretendes
a toda costa una porción diminuta de belleza. En
el tambaleante soniquete del reloj despertador no
aparece. Se
marchita en la ducha apresurada, en
el atasco matutino, en
la compañía inexacta. Sobrevives
obstinada en atisbar sus pasos pero
ella sigue siendo mucho más veloz y
no piensa detenerse en grotescas ceremonias sociales, en
somníferas juntas de comunidad de propietarios de
la nada. La
belleza no pertenece a nadie y por ese motivo llora a
lágrima finada en las cenas de empresa, en
los cumpleaños infelices, mientras
tú apuestas la vida a
cambio de retenerla tan
solo un instante en
el casino insomne de tu almohada, perdiendo
tu pelo, despintada
en tus labios. Todavía
no descubriste que siempre se
ausenta en navidad y
no pide permiso para emborracharse en la mesa cuando
aparece la paella de los domingos, el
muestreo completo de preguntas retóricas. A
estas alturas crees a muerte en la belleza inmortal, por
eso no desfalleces tras su rastro y
planeas viajes de atractivo planeado. Mas
deberías saber, para
tu información, que
la belleza nunca sucumbirá porque
nunca llegó siquiera
a
nacer. No
deseó instalarse en una fría habitación de hospital bajo
la atenta mirada de
otros resignados buscadores de
belleza. Y
prefirió la eterna permanencia en el recuerdo de
quienes alguna
vez, en
el estrangulado garabato de un niño, creyeron
adivinarla.
De Escritos de lápiz de labios (Ediciones Vitruvio, 2012)
Fotografía realizada por Jara Guirado, El señor del tiempo
Y yo me preguntaba ¿es esto la vida: ir reuniendo a
los hombres, primero niños, en colegios oscuros y puntuales, día tras día, año
tras año, eternamente? El colegio de la oficina, el colegio del trabajo, el
colegio de la política, el colegio del periodismo (que tenía también algo de
colegio, para el que no lo superaba), el colegio del asilo, el colegio del
cementerio, el colegio del colegio, en la infancia.
Francisco Umbral, Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo
Para luchar contra la confusión el poder ha sido centralizado y se han incrementado las prerrogativas del Gobierno. En el futuro es probable que todos los gobiernos del mundo sean más o menos enteramente totalitarios. Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador hará bien en favorecer esa libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino.
Aldous Huxley, extracto del prólogo de la reedición de Un Mundo Feliz en 1946
CUALQUIER SISTEMA
Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado Ya os avisamos antes y nada de lo que construisteis ha perdurado Oídlo mientras os inclináis sobre vuestros planos Oídlo mientras os subís las mangas Oídlo una vez más Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado Vosotros tenéis vuestras drogas Tenéis vuestras armas Tenéis vuestras Pirámides vuestros Pentágonos Con toda vuestra hierba y vuestras balas ya no podéis cazarnos Lo único que revelaremos de nosotros es este aviso Nada de lo que construisteis ha perdurado Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado
Comer a otro o ser comido por los demás era la única ley imperante en aquel país, lo cual tenía trazas de perdurar eternamente en aquellas islas. Había jefes como Tanoa, Tuiveikoso y Tuikilakila, que se habían comido cientos de seres humanos. Pero entre estos glotones descollaba uno, llamado Ra Undreundre. Vivía en Takiraki, y registraba cuidadamente sus banquetes. Una hilera de piedras colocadas delante de su casa marcaba el número de personas que se había comido. La hilera tenía una extensión de doscientos cincuenta pasos y las piedras sumaban un total de ochocientas setenta y dos, representando cada una de ellas a una de las víctimas.
Mi amigo J.J. García Rodríguez me hace coprotagonista de esta quijotesca viñeta. Qué buen reparto! Si Cervantes levantara la cabeza, se quedaría sin la otra mano.
El poeta almeriense Germán Guirado se interna por la urgente travesía del verso, atravesando un páramo de verdades. Y se adentra en la materia de los temas universales, como ya hiciera en su primer poemario, “Menos tú” (El Gaviero Ediciones, 2007), mediante un lenguaje directo y la fuerza que emana de la pulsión de la sentimentalidad, cuando el ritmo de la vida nos alienta o nos combate. “Siempre me ha fascinado/ la figura de las antiguas plañideras/. Hay días en los que yo hubiera sido/ un magnífico profesional”.
La reflexión mueve el mundo para sincronizar un atajo ante tanta miseria y tantos desiertos anímicos. “Tengo miedo al folio en blanco/ y al destino en negro”. Mientras los mares de la vida se nutren de melancolía. Acompañado del grito ante la injusticia social, aquella que se esconde en los pliegues de la sinrazón: “Los pobres son ilegales/, la pobreza no”, cuando el lamento se hace carne y caldo de cultivo para el aislamiento.
Cuando el poeta conoce las claves que nutren las estaciones y los desafíos, tantas veces volcados en un sentimiento contradictorio: “Cuando termina el día/ y el sol tropieza escaleras abajo/ en el trastero desordenado de mis noches…”, esperando que llegue ese reflejo del alba y regrese la fe en los hombres, ahuyentando las barbaries y los desalientos. Mientras, en la infinitud y entre aristas, experimenta el vacío y la soledad: “Paseo por las calles como un perro/ abandonado”. Sin remisión. Lejos de la transparencia del abrazo. Para encontrar, cuando ello es aún posible, un signo: “Hallar el valor de la vida”. Adherido también, en ocasiones, el recurso irónico, a flor de piel, para acuciar a las conciencias: “Sueño con luces de bohemia de bajo consumo”.
En medio de la extrañeza, ante el desconcierto de la humanidad, que cabalga a ritmo de desenfreno y barbarie. Cuando “la tarde te lleva al rincón más oscuro del desconocimiento inexacto”. Y quema, frente a la aridez y la soberbia. Cuando sólo el amor nos salva: “No quiero más Letras del Tesoro/ que los versos que te escribo”. La esperanza de un futuro. O siquiera, de un presente. La sonrisa de un niño. La fe en la vida cotidiana. En los sesgos de cada madrugada, porque, de alguna manera, puede renacer la luz. “Escritos de lápiz de labios”, enredados entre las líneas del tiempo.
Relojero en el corredor de la muerte. Atleta preciso hacia la nada. Metralla en el espejo. Lápida sin epitafio. Amor reciclado. Escarcha en la cuneta del corazón. Aliento celulítico. Inanición. Modisto de almas. Corte e infección de venas. Foto manchada de huellas y excrementos. Autorretrete.
De Escritos de lápiz de labios, Ediciones Vitruvio
A principios del verano pasado me ofrecieron realizar un programa radiofónico de música con periodicidad semanal en una emisora de alcance provincial, Candil Radio. Era un ofrecimiento muy goloso, ya que me encanta la música y me apasiona la radio, pero por ese mismo motivo, por el respeto que le tengo a este medio y a los profesionales que me han acompañado tantos años, me lo pensé muy mucho. Pero era demasiado pedir a un loco por la música que rechazara una hora semanal de autocomplacencia, y al final no tuve más remedio que aceptar. No soy, ni seré jamás un locutor, ni presentador, ni nada que se le parezca. Solo soy un musicómano altamente radioactivo que semana a semana se sienta ante el micrófono con una sola aspiración: realizar un programa del que no se avergüencen mis héroes de la radio en el hipotético caso de que lo llegaran a escuchar. Seguramente todavía no lo he conseguido, pero prometo seguir mejorando mientras me lo permitan. Os dejo el enlace con el resultado de los seis primeros meses de Canciones de cuna y rabia.