martes, 30 de abril de 2013

SANTAS ENDORFINAS O ESCRACHES INOCENTES (ESCRITO A LA CARRERA)




Una de las grandes ventajas de pasar un rato corriendo en solitario –lo del running lo dejo para otra vida, para cuando participe en alguna maratón anglosajona- es la posibilidad que te brinda de regalarle a tus pensamientos –rebozados, además, en unas jugosas y nada desdeñables endorfinas- una dedicación plena durante ese período de tiempo. Y esta tarde, mis pensamientos y yo habíamos decidido por unanimidad dedicársela al controvertido tema de los escraches. De esta forma, a medida que mis piernas avanzaban, he empezado a verlo claro, preguntándome si no nos estaremos equivocando al ejercer esta férrea presión a nuestros gobernantes. Si lejos de encontrar su empatía, o tratar de amedrentarlos para que legislen de una manera más solidaria con el conjunto de la ciudadanía, lo que estuviéramos consiguiendo fuera el efecto contrario; es decir, que elaborasen sus leyes enrabietados y con unos mayores deseos de imponer sus criterios por testículos. Si esto fuera así, y tengo mis más serias sospechas, creo que deberíamos darnos por vencidos e intentar reconocer y asumir, de una vez por todas, que ellos manejan el poder, el único poder posible, y lo que nos corresponde a nosotros es propiciar un acercamiento sin agresividades ni exigencias. Necesitamos potenciar la mansedumbre para que vuelvan a confiar en nosotros, para que se den cuenta de que no somos un enemigo a doblegar y, por lo tanto, no vamos a poner en peligro sus privilegios; lejos de eso, estamos dispuestos a situarnos a su servicio. Por lo menos, de esta manera, nunca nos faltaría un pedazo de pan, una dádiva generosa y alguna que otra caricia confortadora. Conforme avanzaba esquivando las hordas domingueras, se presentaba ante mí cada vez más nítido: nuestro modelo tendría que ser esa magna obra de Miguel Delibes, titulada Los Santos Inocentes, con Paco y Régula, el matrimonio protagonista oriundo de mi querida Extremadura, entregado a sus señores, consciente de cuáles son sus obligaciones para con los que mandan, e intentando hacerles felices porque así es como una porción, aunque sea diminuta, de esa felicidad, tarde o temprano, les repercutirá a ellos mismos. Sería, si no total, al menos una solución paliativa a nuestros problemas. Por la misma razón, deberíamos revisar la no menos extraordinaria versión cinematográfica que realizó en su día Mario Camus. Empaparnos, una y otra vez, de esas vidas ejemplares que nos pondrán en el camino por el que avanzar con zancada firme. Aunque, eso sí, sin olvidarnos de utilizar para ello, como necesarios reproductores de dvdes, sus holgados esfínteres, por donde meterles la película con carcasa y todo. Uy, lo siento, ya se me debe de estar pasando el efecto de las jodidas endorfinas.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario