De todos modos, los más
simplones, sin comparación, eran los negros. Los había buenos, que servían a los blancos y les ponían
refrescos y en las excursiones les llevaban los bultos y la escopeta; y los
había malos, que a la menor te ataban a un poste para que no te fueras sin ver
el baile completo. Pero, buenos o malos, de muy cortas luces. Cómo sería, que
en un continente entero de negros, el rey de la selva era un blanco. Que puedes
decir bueno, eso es normal; pero que antes había que ver al blanco: el Tarzán
es un tío que, en seis películas que le he visto, no ha aprendido a decir otra
cosa que Mi Tarzán, tú Yein, y para decirlo, tiene que señalar, vaya que se
confunda. Vive con una mujer de confesarse, y el hijo que tiene es adoptado…No
te digo más; hasta la mona es más lista. Y si ese es el rey, imagínate los
súbditos. Rara es la película en que no se despeñan seis o siete con el
equipaje.
Pero son entretenidas,
aunque me creo que la pelea con el cocodrilo, bajo el agua, es siempre la
misma.
Andrés Sopeña Monsalve, El florido pensil
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