lunes, 11 de mayo de 2009

LIBRO COÑO





CLÁSICO IMPRESCINDIBLE

‘La máquina de follar’ (1972) Charles Bukowski



“Le alcé el vestido, besándola y acariciándola. Era un montón de mujer carne. Le bajé las bragas. Luego como en los viejos tiempos, me encontré dentro. Le di ocho o diez buenos meneos, tranquilamente. Luego, ella dijo:
-No creerás que me he acostado con un sucio japonés, ¿verdad?
-Creo que joderías con un sucio cualquier cosa.”

Infame, dipsómano, jugador compulsivo, acomplejado, fanfarrón, misógino, solitario, indeseable, escéptico, depresivo... y, en consecuencia, escritor. Un escritor que supo travestir, como pocos, sus demonios personales en bendita ciénaga literaria.
Un buen ejemplo de ello es esta acertada colección de relatos impregnados de su habitual estilo ‘autobiograficticio’. Con un lenguaje inmediato, a salvo de artilugios innecesarios, este germano de origen y –convencido- angelino de adopción radiografía los bajos fondos de la ciudad californiana -retórico cristal, reflejo mugriento de la condición humana-.
Con obras como la que nos ocupa, y en mitad de tanta petulancia coetánea, Charles Bukowski, con una formación cultural muy por debajo de la media de su oficio, se erigió en cronista de placeres físicos e infiernos mentales. Nunca llegó a ser un intelectual ni falta que le hizo para sembrar, empero, sus historias, aparentemente frívolas, de lúcidas semillas existenciales:
“pedirles que legalicen la yerba es como pedirles que pongan un poco de mantequilla en las esposas antes de ponérnoslas, otra cosa es lo que te hace daño...por eso necesitas yerba, o whisky, o látigos y trajes de goma, o música aullante tan jodidamente alta que no puedas pensar. o manicomios, o coños mecánicos o ciento sesenta y dos partidos de béisbol por temporada. o Vietnam o Israel o el miedo a las arañas.”

Su carácter contracultural le llevó con frecuencia a ser comparado con la Generación Beat (Kerouac, Ginsberg, Burroughs o Cassady) de la que renegaba de forma vehemente en una mezcla de desprecio, inseguridad y decepción:
él quería hombres inmensos, duros y criminales, uno noventa, ciento veinte kilos, que escriben poesía inmortal. pero por desgracia los fortachones eran todos subnormales y eran los mariquitas elegantes de pulidas uñas los que escribían los poemas de los tipos duros.”

Las páginas de ‘La máquina de follar’ apestan a letra impresa en alcohol y al desesperado abordaje de una máquina de escribir a la deriva, a trabajos mal pagados y habitaciones infames de escasa ventilación, a insomnes carreras de caballos pura sangre y a carreras en las medias de piernas sangrantes de sexualidad, a mala salud y a saludable literatura que no precisa de prebendas analgésicas:
“tiró el libro en un rincón, sabiendo que no sería bueno. todas las ayudas iban a los ya sobrados de ellas que tenían el tiempo necesario y sabían muy bien dónde conseguir un impreso para solicitar las jodidas becas. él nunca había visto una. no la ves si andas al volante de un taxi o de mozo de hotel en Alburquerque. joder.”

No apto para escrupulosos ante exudadas carnes procedentes del lomo de un libro crudo –que no poco hecho-. El resto: pasen, acomódense para una copiosa ración horneada en la máquina de follar, y lean...

Diamanda Cult
(Publicado en Vivir Almería, Diario Ideal. Febrero 2009)



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