viernes, 6 de noviembre de 2009

A VUELTAS CON LOS BURROS






























CLÁSICO PRESCINDIDO


En una tranquila y cálida tarde-noche del ya funesto mes de agosto, paseando en grata concomitancia sin rumbo fijo por las calles del centro de Almería, atravesamos Nicolás Salmerón, rodeamos la Fuente de los Peces, subimos por la Calle Real, tomamos Trajano... para acabar desembocando -de bruces- en una de las cuatro o cinco ilustres plazas capitalinas trazadas sentimentalmente en mi cabeza. De ahora en adelante sólo en mi cabeza. Tras unos instantes de puro desconcierto, les juro que mi primer impulso fue alzar la vista, asombrado, en busca de la placa denominativa suspensa en la fachada más próxima. Pero no, nuestros lindos cuerpos no habían sufrido telequinesia en su azaroso deambular vespertino. Efectivamente, nos encontrábamos en la Plaza Marqués de Heredia, más conocida como Plaza de los Burros, o lo que quedaba de ella, que ya no era otra cosa sino el apelativo. La habían vuelto a liar. Sí, la historia, como no podía se de otra manera, se repetía. Se habían cargado, a su antojo y de un plumazo -de escavadora-, otro de los menguados reductos culturales que quedaba en el casco histérico almeriense. Qué manera de joderme la tarde, el día, agosto, la ciudad.
Lamentable. Indignante. Triste.
Las características pérgolas envueltas en vegetación trepadora, los ejes laterales profusamente ajardinados, los azulejos engalanando bancos y fuente... Todo había desaparecido y en su lugar, frente a nosotros, la nada en granito gris con perecederas franjas del mejor césped receptor de mierdas de perro y asolación juvenil, una fuente(cita) poco vistosa pero –lo más importante- ultramoderna y los inevitables bancos de “diseño”.
Diáfana, impersonal, sin identidad pero, como leí con posterioridad a alguna avezada autoridad, “modernista”. Y como ustedes ya sabrán para que una plaza sea “modernista” pues no debe albergar más sombra que la de los toldos de las terrazas que, al fin al cabo, serán los que contribuyan con sus impuestos de veladores al mantenimiento de tan conspicuo placicidio. Quien quiera sombra que apoquine unos cuantos euros por una jodida caña, en algunos casos tirada y servida de mala manera –pero ése ya es otro cantar-.
¿Por qué? ¿Por qué esa manía de confundir lo antiguo con lo viejo, de difuminar los límites entre lo moderno y lo paleto?
“Modernista”. ¿Pero, por dónde coño asoma el modernismo en esta obra? ¿Es un resto de serie de Guimard, de Horta, u Olbrich, acaso? ¿O es que albergamos un nuevo y revolucionario Gaudí en Almería y yo sin enterarme? ¿Estaremos ante el nuevo Parque Güell del sureste peninsular?
Desconsolador. Deplorable.
¿Para cuándo la tipificación como delito de la destrucción arbitraria de espacios públicos con apreciable valor urbanístico? Espacios como éste cuya configuración inicial databa de mediados del siglo diecinueve, fruto de la demolición -cómo no- de los últimos vestigios fortificados en la zona.
Pues nada, otro clásico imprescindible del que se prescinde alegremente; otra obra que se une a la innumerable colección de desastres arquitectónicos autóctonos junto a la Plaza de la Catedral – glorieta que ostenta el dudoso honor de ser una de las más insustanciales en su género, parche del Obispado incluido- o al edificio de fachada semicircular -cuyo nombre afortunadamente desconozco- que preside la Puerta Purchena (por citar sólo un par de ejemplos significativos).
¿Pero alguien ha oído hablar alguna vez de la armonía arquitectónica? ¿De los efectos nocivos de la búsqueda del funcionalismo puro y duro en el ámbito urbano? ¿De los límites del diseño como herramienta generadora de identidad cívica? Está claro que quienes manejan las decisiones en nuestro espacio presente y futuro, no. A ellos les lanzo, de forma furiosa y vehemente, el manual indispensable de este mes -no, no me olvidé de que estoy en la sección de libros-: ‘La plaza en la arquitectura contemporánea’ (1995) de Paolo Favole.
Condenándoles a una lectura reflexiva, de cara a la pared y las orejas de burro; que a este ritmo devastador voy a terminar paseando acojonado por las inmediaciones de la mismísima Alcazaba, ante la temible sorpresa que me depare la ocurrencia de algún iluminado urbanista. Por cierto, ahora que lo pienso mejor, un poquito vieja y desfasada me está pareciendo esta edificación ¿no creen mis queridas autoridades?

Diamanda Cult
(Publicado en 'Vivir Almería', Diario Ideal. Octubre 2009)





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